En la vida, desde que nacemos, todos tenemos sueños. Yo. como cualquier chica del mundo, también tenía los míos.
Soñaba con jugar sin parar. Por no acabar teniendo una vida monótona. Soñaba con sacarme una carrera, por tener unos buenos amigos, viajar por todo el mundo. Soñaba con poder hacer siempre deporte, cualquiera que me ayudara a seguir conociendo gente, y empaparme de las cosas que los demás pueden enseñarme sobre la vida. Soñaba con llegar a ser algún día una mujer humilde, fuerte, autosuficiente y capaz de hacer todo lo que me proponga, algo así como mi madre, aunque sé que es una dura tarea, pues no conozco una mujer más impresionante que mi madre, a quien intento parecerme día a día.
Pero mi mayor sueño, como el de casi todo el mundo, era llegar a conocer a esa persona. No esa que dicen que es tu media naranja, pues sé perfectamente estar sola, y me encanta el no necesitar a nadie. Me refiero a encontrar a esa persona con la que quieres pasar el resto de tu vida de forma voluntaria y sin necesitarlo en absoluto. Esa persona que puedas mirar a los ojos, sientas su alma y digas: sí, definitivamente la quiero a mi lado.
Quizá a muchos les suena a tontería, pero yo era la típica que tenía su mp3 lleno de canciones Disney, al igual que ahora, y que creía que el amor es la fuerza más poderosa de todas. Que todo lo supera, y todo lo puede. No me parecía ninguna locura pensar que en algún lugar del mundo había una persona que pensara como yo, que estuviera dispuesta a luchar por mí, por tenerme a su lado, sin importar lo mal que fueran las cosas, y de la misma forma yo también demostrarle que la elijo a ella todos los días de mi vida. Esa persona con la que pueda formar una familia, decir el sí quiero, tener hijos y proyectos en común. Que le tiemblen las piernas igual que a mí cuando escucha la famosa frase de Moulin Rouge: Lo mejor que te puede pasar es amar y ser correspondido.
En la vida, desde que nacemos, todos tenemos sueños…